Cuando nacemos se dice que nuestras madres han alumbrado o han dado a luz. Creo que no hay cosa más real; ellas se encargan de traer al mundo una nueva lumbrera, una que iluminará durante muchos años, aún después de despedirse físicamente de este mundo.
Luego de unos meses los recién nacidos comenzamos a ser influenciados por el mundo exterior, y nuestra luz comienza a desvanecerse o a fortalecerse. La diferencia está en quién nos rodea o de quién nos rodeamos. Algunos tenemos “suerte” y otros “mala suerte”. Unos somos vistos como estrellas y nuestra luz interna alumbra cada día con más brillo, mientras a otros nos tapan con malos presagios, como colocándonos capas que van cubriendo nuestra luz.
La realidad es que creo que todos tenemos una luz propia, y como dice la canción, “nada la puede apagar”. Estoy convencido que todos brillamos en el firmamento y que depende de nosotros quitarnos esas cubiertas que familiares, amigos, no tan amigos y profesores han puesto sobre nosotros. Y las peores, las que nosotros mismos terminamos colocando para que el último rayito de luz no pueda salir.
Lo que pasa es que dependemos de nuestra autoestima… sí, esa que tanta falta nos hace; esa que nos lleva a parecer arrogantes cuando la tenemos; esa que es tan difícil mantener en equilibrio entre lo sumiso y lo pedante.
Diría que cada uno es una luz y no que tiene una luz. Creo que los niños deben ser influenciados para que desarrollen esa luz y no para que la oculten. Y los adultos que ya tenemos esa luz oculta, necesitamos vernos por dentro y sentir esa luz que quiere salir. Entonces podremos quitar esas capas que nos cubren.
Todos tenemos muchas cosas buenas, aunque en otras quizás no seamos los más desarrollados. Hablo de la realidad que “somos” y no de lo que “tenemos”. Y más aún, quiero que seamos conscientes de lo que podemos llegar a ser. Insisto: “ser”, no “tener”.
El principal inconveniente inicia con la comparación… sí, la malvada comparación. Desde niños nos comparan con los hermanos, los primos, los compañeros del colegio, los hijos de otros y hasta los niños que son o han sido famosos. ¿Y saben lo peor? Otros padres comparan a sus hijos con los nuestros… que paradoja. Y así crecemos y nos acostumbramos a compararnos con otros para sentirnos menos. Pero, ¿saben la realidad? En verdad no nos comparamos con otros, nos comparamos sólo con una parte de los otros. Sí, tomamos una parte buena de cada uno y la comparamos con la de nosotros y así vamos por la vida comparando y comparándonos con un ser humano perfecto, uno que no existe.
Es que un niño es bueno para las matemáticas y otro para el deporte; otro es bien educado y otro disciplinado; uno es cariñoso y otro es inteligente… pero no todos son todo. Sin embargo, queremos que nuestros hijos sean como todos ellos juntos (pero sólo las partes buenas de cada uno) y no como lo que son y pueden llegar a ser.
Así mismo, queremos nosotros ser mejor que lo mejor de muchas personas juntas y no nos concentramos en vivir lo que realmente somos y en conseguir ser cada día mejores.
Nos vemos la próxima semana.
© Ing. Diego A. Sosa. Escritor, Conferencista, Consultor, Coach y Facilitador de Empresas y Profesionales. Owner Mercurio Entrenamiento y Consultorías S. A.
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FRASE DE LA SEMANA
“No quiero ser el mejor en todo, estoy feliz con ser cada día mejor que el anterior”.
Diego Sosa
Gracias por tan motivadores artículos siempre!!