CASTIGO CON REFLEXIÓN

En el trabajo y en la casa se castiga: Cuando era pequeño recibí algunos castigos. No los recuerdo con exactitud porque no eran fuertes y pienso que por eso no quedaron en mí como marca. En mi tiempo de empleado también recibí castigos… desde palabras fuera de tono delante de los demás, hasta aumento de metas. Todos son castigos por no hacer las cosas de la manera que los demás esperan.

Algunas personas me han comentado en estos días de castigo recibidos o impartidos y me pregunto: ¿Los castigos que me impusieron me hacían ver las cosas de una manera diferente? Fíjese bien, dije “ver”, no “hacer”. Sí, las hacía diferente, pero creo que casi nunca las vi diferente.
Hacer las cosas de manera diferente logra un objetivo, pero puede dejar varios sin alcanzar. El que impone el castigo quizá reciba lo que quiere… mientras el castigado le tenga más miedo al castigo que a la acción realizada.
Mis hijos me han recordado cómo era yo, y sé que seguirán siendo muy parecidos. Intenté castigarlos varias veces, pero al final, el castigo caía antes de llegar a su fin, si es que en realidad iniciaba… sentían que me vencían. Me di cuenta que castigaba en momentos de rabia y no tenía forma de ser cumplido. Como niño ese castigo me hubiese hecho más fuerte y rebelde. Con el temperamento de asno terco me sentiría con fuerzas para demostrar que era capaz de soportar el castigo. Quizá dejaría de hacer lo que provocó el castigo, pero sólo cuando no pudiese hacerlo sin ser descubierto. Seguro que vería que no había hecho nada malo y que era injusto el castigo. O quizá pensaría que lo ocurrido no era para tanto. En fin, siempre hubiese sido reactivo.
La modernidad aconseja no castigar, y los más maduros dirán que por eso estamos como estamos. Bueno, estamos como estamos porque muchos de los más antiguos hicieron el trabajo que hicieron… lo que estamos haciendo con la crianza de hoy se verá en un futuro. Pero el caso es que nos hemos ido al otro extremo: los jóvenes no respetan y no encuentran fronteras para sus actuaciones. Poco a poco vamos llegando a nuevos límites y pronto nada nos sorprenderá.
Hoy, cuando soy el castigado, pienso en lo que la otra persona quiere lograr. ¿Quiere que respete reglas? ¿Quiere que no cometa el mismo error? ¿Quiere que se hagan las cosas a su manera? Entonces me concentro en lo que ella quiere, más que en repudiar el castigo. Si puedo negociar, lo hago poniendo su objetivo por delante… lo que quiere lograr.
¿Cómo hacemos entonces? ¿Dejar sin castigo, castigar, castigar a medias?
Con mis colaboradores utilicé siempre el camino de la reflexión. Las equivocaciones eran involuntarias y lo importante era corregir la causa y no la consecuencia. Mi objetivo es que las cosas no sucedan nuevamente, no que alguien pague por lo que pasó.
Mientras mis hijos crecen tengo más aprendizajes. Muchas cosas que en principio me parece que están mal, terminan convenciéndome de que no es así como ellos lo ven y que en realidad me faltaban informaciones para analizarlo. En otras ocasiones, me doy cuenta que a ellos les faltaban informaciones para hacerlo como yo quería. Algunas veces, yo no tenía razón. Y en algunas circunstancias, era más importante la reflexión y el aprendizaje que ellos tuvieran; al final mi objetivo es que las cosas no vuelvan a suceder… pero no sólo esa, sino cualquiera que esté mal.
El resultado con mis colaboradores e hijos es que casi no tengo que repetir las cosas para que los mismos errores no aparezcan. Reflexionamos sobre las causas y consecuencias de las actuaciones o errores. Logramos pensamientos abiertos hacia otros comportamientos y situaciones parecidas. Logro encontrar muchos pensamientos y comportamientos errados en mí. En fin, es una ganancia para todos.
Para lograr cambios con la crianza, hay que hablar con los involucrados de lo que queremos hacer. El nuevo comportamiento tiene que estar claro para todos, lleva un camino de aprendizaje y no es de una sola parte.
Está claro que a algunos colaboradores le ha dado mucho trabajo cambiar la mentalidad, ellos vienen de sistemas de jefatura. Reciben órdenes y trabajan con el objetivo de no cometer errores. Reprochan al que los comete y hasta lo denuncian con los superiores.
Cambiar esa mentalidad arraigada lleva un esfuerzo enorme, pero vale la pena. La creatividad y la iniciativa resucitan y el servicio al cliente mejora. Los equipos se unen y las personas son más felices. Sí, se comenten más errores, pero por hacer, no por no hacer. El resultado es que se hace mucho más con lo mismo y se vive mejor… también con lo mismo.

Más sobre estos temas en mis libros:

 – ¡Alcanza la Cumbre!
– ¿Forastero Yo?
– Click

FRASE DE LA SEMANA
“Un castigo es percibido más como venganza que como generador de nuevos resultados”.
Diego A. Sosa Sosa
Coach, Consultor, Escritor y Conferencista

Deja una respuesta